ARTEAK

No son presencias simbólicas, sino activas. Durante la trata transatlántica de esclavos, casi tres millones de personas fueron capturadas en el Golfo de Guinea. En ese contexto, el vudú se convirtió en un poderoso medio de resistencia y recuerdo. Hoy en día, especialmente en Benín, sigue siendo fundamental para honrar esa historia y navegar por la vida contemporánea. Utilizados todavía hoy, los bōcio siguen evolucionando con las comunidades a las que sirven. Su significado no es fijo, sino reactivo. Como tales, se erigen como expresiones perdurables de creencia, protección y el poder de convertir la fuerza espiritual en forma.

La creación de un bōcio es en sí misma una representación ritual. Los sacerdotes vodún seleccionan cuidadosamente cada material por su carga simbólica, luego lo atan, perforan y activan mediante ofrendas y conjuros. Ninguna parte es decorativa por sí sola; cada adición habla. El resultado es una figura de acción e intención, encargada de proteger a su dueño, de atraer o repeler fuerzas, de castigar las fechorías o restablecer el equilibrio. No son artefactos estáticos, sino presencias activas, moldeadas por su uso y su interacción con lo invisible. Bōcio reflejan una cosmovisión en la que el arte es inseparable del espíritu, porque su forma misma surge del trabajo sagrado. Su estética ambigua -a la vez temible y bella, cruda y serena- refleja su doble función: proteger y atacar, cobijar y confrontar. Son objetos profundamente emocionales, destinados a provocar, inquietar y potenciar. Aunque arraigados en las realidades históricas del colonialismo, la violencia y la resistencia, los bōcio siguen evolucionando y funcionando en la práctica vodún contemporánea. Su significado no es fijo, sino reactivo, como el de las comunidades a las que sirven. Como tales, siguen siendo símbolos perdurables de supervivencia, transformación y el poder artístico de la creencia hecha visible.